lunes, 27 de septiembre de 2010

Cosmos


Ah, con qué cariño recuerdo el programa Cosmos. Llegaba a casa del trabajo, me quitaba los zapatos, me preparaba un café y me sentaba frente a la tele con la felicidad de una niña chica frente a su cuento favorito. Aquél hombre Carl Sagan, me hacía sentir muy feliz porque tenía una gran capacidad de comunicar y todo lo explicaba con una gran pasión. De repente, aquello que hasta entonces se había considerado solo al alcance de unos pocos, se nos servía en una bandeja cercana para que lo saboreáramos con toda libertad. A veces me hacía sentir hasta un cierto miedo o angustia vital cuando nos hacía ver cuan insignificantes somos en mitad de la inmensidad del cosmos. Sin embargo, acto seguido y acompañando sus palabras siempre con una magnífica sonrisa, nos decía que somos muy importantes, que formamos parte de ese "polvo de estrellas" de que está hecho el universo. Yo no podía apartar la mirada de la pantalla del televisor. Qué lástima que entonces las televisiones no tuvieran ni muchísimo menos la calidad de imagen y el tamaño de pantalla que ahora tienen. Claro que puedo comprar los vídeos y saborearlos en la tele de ahora, y talvez lo haga porque valdría mucho la pena volver a ver aquellas maravillas. Pero ya no será igual porque entonces estaba el factor sorpresa que lo hacía todo mucho más maravilloso. Ahora ya nos han enviado tantos y tan variados mensajes que hemos perdido gran parte de la inocencia. Nos quedan los recuerdos. Nos quedan los recuerdos y las impresiones que nos hizo vivir Carl Sagan y que nos marcaron para siempre.

Gracias Carl, allá donde estés, seas polvo de estrella, brisa marina o cualquier otra materia en la que te hayas podido convertir, quiero que sepas que formas parte de algunos de los momentos que más he disfrutado en mi vida.
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viernes, 24 de septiembre de 2010

Datos personales

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Soy buena gente. Admiro por encima de todo a las personas capaces de ayudar a los demás y después la inteligencia. Detesto a quienes creen estar por encima de otros o de vuelta de todo. Mantengo viva a la niña que fui porque no hay mayor tristeza que olvidarnos de nosotros mismos. Somos lo que somos, producto de lo que fuimos. Nada más, que no es poco.